jueves, 9 de octubre de 2025

OCTUBRE

 




Mi santo en octubre me evoca otros santos. Era la Virgen del Rosario muy esencial en casa, pues mi madre también se llamaba Rosario, posiblemente en honor de una hermana de su madre que así se llamaba. Yo nací el once de octubre, por lo tanto cerca, así que ganó mi madre en la apuesta que se llevaba con su familia política y me puso su nombre, con lo que mi pre-madrina no consiguió llamarme como mi abuela paterna Teresa- y declinó la oferta. Teresa es mi segundo nombre. Me pusieron el nombre de mi madre y de mis dos abuelas. Romero se llamaba mi abuela materna, nombre de la patrona de Cascante. Dijeron que en casa estábamos las tres partes del rosario, tía, madre e hija, aunque a mí nunca me llamaron Rosario. Era mi tía Rosario alta y erguida. Había sido rubia y se peinaba siempre con un moño bajo con horquillas de concha y siempre la vi vestida de negro; sus ojos azulísimos inspiraban ternura, aunque sus modos eran serios y severos. Fuimos a vivir con ella cuando mi madre se marchó de casa de mi abuela por culpa de su novio. Mi madre era morena, con un pelo precioso, quizá fue en su juventud algo altiva, guapísima, una autoconfianza en ella que a lo largo el tiempo no me resultó tal, pues vi cómo su melena se convirtió en pelo ralo y a su seguridad en aislamiento al que la sometió su luego marido, que yo no entendí, pues me dolía, pues que yo conocí su deterioro. Ella era bachillera. Se la ve en las fotos de antes de la guerra, siempre con una melena corta y ondulada. Tenía ojos garzos y un lunar negro encima de los labios.  Llevaba ropa bonita, como de figurines de la época, y los zapatos originales y elegantes, así estaba en las fotos de antes de morirse mi padre, luego todos, hasta nosotros niños, nos pusimos de negro, pero no me acuerdo, pues me faltaba un mes escaso para los dos años. Mis recuerdos fueron muy posteriores.  Estas fechas de octubre Cascante se queda frío, cuando sopla el cierzo y el otoño se presenta de pronto con sus aires inoportunos y chirriantes. Cuando no hay viento los atardeceres son rojizos y tibios y el cielo se presenta sereno y acogedor, aunque algo nostálgico, porque las carretas de uva, en una región eminentemente vinícola, pasan por las calles con su olor entre dulzón y ácido y con ellas sabemos que ha venido el otoño y su vendimia. Antes eran carretas y carros tirados por caballos, luego fueron tractores cargadísimos con cubas y comportas y ahora son furgonetas y tractores ruidosos. Las casas se destemplan. El cielo es azul, azulísimo y los atardeceres son coloreados como un tinte de vino tempranillo o garnacha. Era octubre también tiempo de recoger las almendras, pues en la zona suelen los propietarios poner varias filas de almendros en las lindes de las parras. Nosotros- mi hermano y yo- teníamos alguna viña así, herencia de mi abuela paterna, que luego se pulió nuestro padrastro, pero hablo de un tiempo en el él había aparecido, pero todavía no reinaba. En Octubre empezaba nuestro internado en Tudela, pero, si no recuerdo mal, para cuando empezaba iba mediado el mes, o sea que podíamos, porque nos divertía, asistir a los rituales de la pela de almendras en un zaguán de casa, al lado de la entrada. Es curioso el recuerdo y también como el sueño disfraza la memoria. Venían a casa peladoras de almendras, las más de ellas mayores o mujeres oscuras con bigotes y se ponían sentadas en sus sayas en sillas bajas de anea bordeando el montón y entre rezos de rosario y chismes y diretes y dimes pelábamos almendras quitándoles las vainas. Se rezaban murmullos, letanías, y ahora , cuando lo evoco, me puede recordar a algo mitad tétrico y sin embargo mágico , como el duelo de la Casa de Bernarda Alba o algún esperpento de Valle Inclán, quizá porque entre las peladoras había una vieja desdentada y bigotes  que contaba con malicia historias de muertos, de desaparecidos, leyendas del pueblo como de novias abandonadas, soldados de la guerra de Cuba, mientras los gatos maullaban o saltaban por entre las almendras con sus pieles lustrosas. Aquello, algo como de cuento de Poe, me provoca la melancolía cuando llega octubre y me saltan un poco los moquillos al recordar nuestro santo, la Virgen del Rosario el santo sobre todo de mi madre y octubre.

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