Quedamos con Antxón en los Tres Reyes,
son las seis y media de la mañana. La calle está llena de gente, unos sin
dormir que siguen con la juerga y otros madrugadores que, como nosotros, aun
medio dormidos, nos desperezamos. Casi no ha amanecido y hay que abrirse paso
entre el gentío para conseguir llegar a nuestro balcón en la calle Estafeta antes
de que cierren el acceso al tramo de doble vallado por donde pasará el
encierro. Cuesta de Santo Domingo, Plaza
Consistorial, Mercaderes, Estafeta con su famosa curva, Telefónica hasta el
Callejón y la plaza de Toros. para ver el encierro. Nuestro guía va con el
grupo sorteando empujones, cada guía lleva a los suyos al balcón que nos ha
destinado la agencia. Hay chinos, ingleses, franceses, naturales y el simpático
guía intenta explicarnos donde vamos en distintos idiomas. El paseo de Sarasate
está todavía sucio de la noche anterior y hay muchachos de blanco blanquiñoso
tumbados por el césped entre estatuas de reyes. Rápido y no desperdigarse, nos
comenta. La plaza del Castillo sigue abarrotada y huele aún a humanidad y alcoholes
y a guarrada. Descendemos por las escalericas de la Bajada de Javier y entramos
en una casa de escaleras empinadas en la calle Estafeta. Tuvimos suerte con la
elección. Es la calle de Estafeta la mejor para ver el encierro, ya que es
larga y podremos divisar más tramo del trayecto. Pero, si el balcón se asomara
a la Cuesta de Santo Domingo, también nos gustaría; allí los corredores suelen
ser los más experimentados, porque corren cuesta arriba, lo que añade más
riesgo. En Mercaderes, dejado atrás el Ayuntamiento,
suele haber un tumulto de toros y de mozos y puede haber sorpresas el iniciar
la curva. Son los balcones con vistas una de las últimas aportaciones a la
fiesta que ya se ha convertido en tradición y que las agencias turísticas han
consolidado. Pueden los amantes de la aventura torera sin riesgos hacerse con
un balcón con la misma facilidad con que reservan el Hotel o las entradas a los
toros, un balcón desde donde ver a los corredores y la manada por escaso
minutos, porque todo es rapidísimo pero intenso. Suma cada año el ingenio nuevas
iniciativas para chicos y grandes y esta del balcón es casi para todos, siempre
que a uno o le guste madrugar o el cuerpo le aguante tras la noche. El forastero o el nativo que venga a la
fiesta y que no quiera correr, ni verlo a pie de calle, y prefiera entender con
visión privilegiada como es un encierro y sus rituales, donde mejor va a
admirarlo sin riego es un balcón, que ya incluyen las agencias en sus servicios
sanfermineros. Muchos dueños de esas casas recoletas y antiguas, como mucho de
dos o tres plantas, alquilan los balcones estos días a las agencias turísticas
que se encargan de llevar a sus clientes. Ninguno queda defraudado. Hasta las
ocho que empezará el encierro, hay en la casa café con pastitas y una tele
encendida para ver el ambiente y veremos desde allí a los mozos, que claman tres veces en castellano y euskera al
santo pidiéndole su capote los cubra, y el primer irrumpir de la manada. Cuando
nos asomamos, los balcones de enfrente están a rebosar y también los de al lado
derecho y el izquierdo. Un hermoso espectáculo, banderas y pañuelos. Antes de que salgan los toros, el encierro
tiene su preparación y sus rituales muy dignos de contarse, por lo
excelentemente organizado. La calle ahora se ha vaciado. La Policía Municipal
ha echado a todo el mundo del trayecto por donde va a trascurrir el encierro. Es el paso primero, los corredores fuera. No
queda un alma que no sea municipal o barrendero; los accesos cerrados se llenan
de mocina. Pasan lentamente la brigada de barrenderos con sus máquinas; la
mugre de la noche anterior, los cristales rotos, los vasos de papel, los restos
de comida son engullidos por las barredoras. Viene tras ellos otro grupo de
limpieza con aspiradores de tubo que van eliminando los restos que pueden
quedar en los bordes de las aceras, cosas menudas o chapas o cristales o vaya
usted a saber. Los corredores no
tropezaran con objetos ni grandes ni pequeños, porque el servicio de Limpieza
del Ayuntamiento lo ha limpiado a conciencia. A no ser que se tropiecen con
ellos mismos o con los toros, porque hay que estar muy atento, basta que algún corredor
se demore o se incorpore mal a la carrera para darse de topetón con quien corre
a máxima velocidad y entonces se caerán y sí será el tropiezo y los agobios por
huir de las astas afiladas braceando en un montón revueltos. Divertido pero
peligroso.
Vemos desde el balcón a la cuadrilla con sus chalecos verdes y amarillos. Se marchan. Sigue todo vacío.
Pasa el
alcalde de Pamplona, Enrique Maya, con la concejala o el concejal que esta tarde presidirá la
corrida y alguien más que deben de ser el ganadero y el pastor. Desde la cuesta
de Santo Domingo hasta la entrada a la Plaza, pasan la revisión al trayecto. Van
tiesos y bien plantados. Luego desaparecen.
Nuevamente la Policía Municipal entra
en escena. Ella es la que con santa paciencia revisa el estado de cada
corredor, su borrachera o no, su edad- no se puede correr sin haber cumplido
dieciocho años- su calzado apropiado, decomisa móviles, mochilas, cámaras. Uno a
uno, van entrando los mozos a las calles por donde dentro de pocos minutos correrán
con los toros, a travésde una única puerta en la Plaza Consistorial. Bullen. Los fotógrafos y corresponsales de
prensa, que han sido acreditados por el Servicio de Prensa del Ayuntamiento, esperan
tras el primer vallado con sus cámaras, no hay riesgo, también los sanitarios y los policías. El segundo vallado es para los espectadores, que son muchísimos. Vemos las cámaras de la tele y un helicóptero
que debe trasmitirlo el encierro desde el aire. Hablando de la tele, no está ya
Javier Solano, el periodista que mejor ha contado el encierro. Se jubiló y
echamos en falta su voz grave, su imagen apuesta y sus comentarios, si él quisiera,
no debería nunca jubilarse; difícil igualarlo. Hay que entender de toros, hay
que amarlos. Y hay que entender Pamplona.
Nosotros
vamos de la tele al balcón, del balcón a la tele, porque mirar las calles a
tope e intentar imaginar que piensan los que van a correr y si lo hacen por
gusto, por presumir, por desafiar las astas de la vida, o por seguir el fervor
de los navarros castas. Nosotros hemos tomado un segundo café con galletas y ya
estamos despiertos. Ahora sí son las ocho. Suena el cohete y vemos en la
tele salir a la manada y luego rápidamente salimos al balcón. Es cosa de
segundos:
¡Que
vienen, que vienen! Ahí están, tan cerca, seis toros y seis cabestros, tan inmensos, los miramos llegar ¡cómo
corren los mozos!, ¡qué bien corren! Y pasan de estampida y seguimos mirándolos
casi hasta Telefónica. Esta vez, como siempre, algún susto que otro. Es un fin
de semana y balcones y calles y mozos y toros, hay llenazo total. La calle está
pletórica y la emoción lo acusa
Desde
un balcón. Si vienen a Pamplona, no se lo pierdan