martes, 27 de diciembre de 2022

EN CUBA (I)

 


CUBA ( I )

Supongo que la memoria juega a hacernos imaginar cosas que no vimos, así la música:

 “Cuando Sali de la Habana de nadie me despedí solo de un perrito chino que venía tras de mi”.

Esta canción infantil la cantábamos en las Carmelitas de Cascante niñas jugando al corro.  Éramos muy pequeñas. Se la canté al taxista que nos trajo del aeropuerto al hotel y la reconoció. Conocía el taxista también todos los viajes de Colón mucho mejor que nosotros. Colón llegó a Cuba en el primer viaje, 1492, nos lo contó, mientras nos llevaba al hotel de una cadena española, Meliá, muy presente en Cuba. Aquellos juegos párvulos pusieron por primera vez en mi memoria musical el nombre de Cuba.  Sonaba un poco misterioso y nostálgico. Todavía había en casa de mi madre cajas vacías de cigarros habanos de alguno de los parientes que se dedicaron al comercio y a los ultramarinos, o la piedra de moler el chocolate de Baracoa del abuelo: era la memoria de la Cuba comercial, la perla del Caribe. Pasó más tarde Cuba a mi memoria literaria por formar parte del patrimonio patriótico de las perdidas españolas.  Asocié su nombre a aquellas lecturas que tanto me impresionaron en la adolescencia de la generación del 98. Si para aquellos escritores la pérdida de Cuba sirvió para replantearse España y su identidad, a mí me sirvió para, a través de ellos, saber que el sentido de la decadencia origina reflexión, rebeldía y literatura casi más que los triunfos, porque las pérdidas te hacen tocar fondo. Así aprendí cómo Cuba y España estaban unidas, aunque rompieran lazos. La pérdida de Cuba pasó al refranero; si se perdía lo más de lo más:” más se perdió en Cuba”. Todo lo anterior dejó una estela nostálgica avivada por la música de las preciosas habaneras, como la de la bella Lola que va luciendo en la playa su la larga cola y vuelve locos a los marineros, que debían ser vascos, por lo que a los vascos va bien entonar maravillosas habaneras con su voz recia, y cada año hacen un festival de habaneras que escucho por la tele en esos coros insuperables. Yo escuchaba a Cuba por el recuerdo de los tres Sudamericanos, o de Luis Aguilé que también cantaban que habían salido de Cuba, dejando la vida y el amor y enterrado el corazón (mucho corazón debe de haber enterrado porque el cementerio es inmenso y hay enterrados 200 000 gallegos)  Y rememoro la fuerza de la “Peregrina”, feminista incipiente, la bella Tula,  que vino a España y conquistó a la Corte con su literatura, y con su imponente bellezón , la mujer que escribió Sab, una novela antiesclavista en 1841, antes de que escribiera La Cabaña del tío Thom la escritora Harriet Beecher Stowuer, que lo hizo entre 1851 y 52. Cuba era entonces provincia española. Allí, en la calle Mercaderes entre O Reilly y Empedrado, un mural recuerda a los lyceistas del  Lyceo Artístico y Literario del XIX, tan elegantes de chaqué y a las damas pomposas, ataviadas de trajes largos y cubiertas de estolas y ajuares. También cultural, existió en el XX la revista Orígenes del padre Ángel Martínez Baigorri, de Lodosa, y de José Lezama Lima, Cintio Vitier y Fina García Marduz. Y la Cuba de Duce María Loinaz, anfitriona de Federico García Lorca, que vino a España en nuestra posguerra e invitaba a pollo en el Ritz a los periodistas y poetas. Dulce María Loynaz, poeta, era hija de un general de la guerra de Cuba a la que luego le dieron el premio Cervantes. Así, Cuba estaba en todas mis memorias, sin haber estado nunca, como el intenso olor evocativo de una taza de café. El café que nos daban en el hotel era diluido, pero encontramos un café en la calle Mercades, un café portugués que rendía recuerdo a Eca de Queiroz. Cuba y sus cafetales, y tenía un mural pintado del tranvía de Lisboa. Me encanta el café . 

Y de norte a sur el recuerdo de Cádiz, canturreo yo la maravillosa habanera que canta Carlos Cano con letra de Antonio Burgos, llena de poesía: Las olas de la caleta, que es plata quieta,  rompían contra las rocas de aquel paseo que al bamboleo de aquellas bocas allí le llaman el Malecón...

El paseo por Cuba no lo hicimos guiados por un poeta; vagabundeamos llevados por una bicicleta que cogimos en El Malecón con carricoche y plaza para dos, mientras un cubano deseoso de ganarse unos dólares pedaleaba con tesón. Le preguntamos por qué en vez de una bici no lleva motocarro, pero argumentó que necesitaría un permiso especial. Como somos pesos pesados le pedimos disculpas, pero siguió pedaleando, dijo que estaba acostumbrado. Nos cuenta que su mujer es médico y que gana 30 euros al mes y se queja, pero no despotrica. Había haigas ostentosos de colores en a puerta del hotel, carros americanos de los años 50 para llevar turistas, pero nosotros no queremos llegar, queremos conocer evitando cansarnos en el recorrido entre adoquines. En Cuba hoy los turistas, si se tercia, pagamos en dólares. En “carro- bici” visitamos la Cuba histórica, preciosa y arruinada. Los edificios tan espectaculares como los de la Gran vía madrileña o los noucentista de Barcelona se alzaban por las calles estrechas mostrando la lepra de su piedra porosa y blanquecina. Un patrimonio arquitectónico imponente que se desmorona a ojos vista, no sin antes demostrarnos la grandeza de un pasado que sobrevive, que grita lo que fue, la ciudad industriosa y comercial hoy sepultada en sus ruinas, desmoronada como la fina arena de sus playas.  Colas en el economato que acaban cuando acaba el producto y cierra el chiringuito. No hay trajín de comercio, ni industriosos funcionarios ni mercaderes trajeados ni bolsa comercial, ni Ateneo Artístico y Literario, que yo sepa, no hay tiendas, no hay nada. En el Museo de Arte Colonial compró un libro de investigación sobre revistas literarias que me cuesta veinticinco céntimos de euro. La Catedral del XVIII se inició para ser la iglesia de los jesuitas y acabó en catedral porque en 1767 fueron expulsados los Jesuitas del Nuevo Mundo. La plaza es preciosa y los edificios están en restauración. Hay vendedoras ambulantes de fruta y titos varios. El Museo del Tabaco y el del chocolate los encontramos cerrados. Es zona turística y algunos pequeños bares donde cobran el menú en dólares. Nos acompaña el tiempo.

No quisiera que mis comentarios fuera una crítica, ni voy a meterme en los porqués de cómo no siempre las civilizaciones avanzan, de cómo las culturas nacen y también mueren; y como el progreso no siempre es progreso, ni tan siquiera es regreso, es otra cosa nueva: un triste destino que acaba en la miseria. No voy a escribir de quién es la culpa. No voy a juzgar con mis ojos lo que no me compete, se me escaparían muchos datos que desconozco.  El que pudo se fue, la de zona donde está nuestro hotel, hay preciosas villas ajardinadas que parecen vacías y deterioradas, podrían ser de los burgueses que ahora habitan en Miami. Si los emprendedores abandonan, o si se los persigue ¿quién va a levantar Cuba?   En términos generales, la decadencia de la gran urbe cubana parece que ha engendrado resistencia, porque el que queda sin emigrar a Miami está dispuesto a sobrevivir como sea sin perder la alegría, ya que hay música en las calles y jolgorio. Hablo también de resiliencia, porque hay grupos distendidos de muchachos jóvenes y parejitas de la mano; y los visitantes nos preguntamos qué futuro podrán construir y si será posible edificar la vida en esas condiciones de carencias.  Hay en otros cubanos, como en nuestro guía de la bicicleta, un atisbo de rebeldía que parece amortiguada, como una toma de postura para ganarse a los turistas; o la sinceridad pues que juzgan imposible ya vivir de otra manera y se resignan. Nos dice que todo el que protesta desaparece. Con en toda gran urbe, también existen jetas y timadores a la búsqueda de turistas incautos. Nos la jugaron.  Gran idea fue tomar un autobús turístico, estupendísimo, que nos llevó un día de una punta a otra de la isla. La encantadora guía tiene tres carreras universitarias, entre ellas la de Física Nuclear que cursó en Leningrado, a ella si le gusta el régimen, les está agradecida pues les debe todo lo que fuera ha estudiado con becas del gobierno. Pero las relaciones con Rusia ya no que son lo que fueron y ella ejerce otra de sus carreras,  Turismo, y está muy feliz con su trabajo; una hija suya está en España trabajando. Nos detuvimos en las fortificaciones españolas del Morro, una gran aportación a la isla que se mantiene: El Morro. Merecerá otra entrada-