¡ Que manía tiene el Vaticano o quien sea de mover a los santos! Hoy es el día de santa Isabel de Hungría, santo y cumpleaños de mi tía Isabel. 'Como cuando hablé de septiembre y de mi otra tía, Mercedes, eran fechas en que toda la familia, tío Jesús, Juan Mari, Nancho, Pili Luis, Miguel y Chelo, Manolo y Maruja, José Javier y yo, Ah y D. José, al que todos tuteábamos porque era el cura de casa y el que traía la tarta de Calahorra, estuviéramos donde estuviéramos, acudíamos. a casa de las tías en Cascante a felicitarla- Tía Isabel era el pilar de toda la familia Fuentes, tenía autoritas que nadie discutía, pero por encima de su autoridad primaba su bondad y su amor por todos nosotros. Creo que los primos mayores le tenían un mucho de respeto, no tanto mi hermano y yo porque, pese que éramos los que más le preocupábamos por encargo de mi padre en su lecho de muerte, el haber vivido con ellas en nuestra infancia hacía prevalecer la confianza. Siempre nos protegía y nos daba consejos: "No comprendes hija mía que..." Era recta y muy sagaz, veía venir las cosas desde lejos y poseía clarividencia y buen juicio. Era generosa, jamás en mi infancia me faltó nada. Creo que haber tenido una niñez despreocupada y feliz y ser muy querida y valorada se pega en la piel, y sirve para tener conciencia de la propia dignidad cuando la vida te va echando problemas como arrugas hondas e intentan arrumbarte. Mantienes el resto de tu vida, pase lo que pase y pese a quien pese, el sentido de tu propio valor y aprendes a tratar a los demás sin minusvalorarlos ni humillarlos. Nadie puede quitarte esa seguridad en tí . Cierto que aquellas mujeres, en las que incluyo a mis tías y sus amigas eran recias y tenían valores hoy poco habituales. Ninguno de nosotros supimos lo que era la envidia ni el odio.
Cada año el día 19 de noviembre, el comedor grande se vestía de gala y la gala éramos nosotros para nuestras dos tías. Lucía se esforzaba en que la comida fuera un banquete y la menestra fuera la mejor menestra de la Ribera y Juan Mari y Nancho traían las langostas que había preparado en Pamplona María Eugenia. Faltó primero tío Jesús, luego Miguel y luego Nancho, pero seguíamos reuniéndonos. Tía Isabel era seria, tía Mercedes risueña y alegre. Cuando tía Isabel empezó a tener pequeños ictus, cambiamos el sistema y bajábamos a comer al Mesón Ibarra, porque tres días antes y tres días después era tanta su preocupación de que todo estuviera a punto, como a ella le gustaba, que su memoria se alteraba.. Manolo, el cocinero, nos daba las delicateses de unas cebolletas crujientes rebozadas y capón relleno, pero nunca por muy buenísimas que estuviesen la menestras a mi me gustaba tanto como las de Lucía.. Después, cuando tía Isabel perdió por la tensión parte de la visión, volvimos a las comidas en casa, pues decía que no veía bien lo que pinchaba con el tenedor y no quería que nadie se diera cuenta. A media tarde el aguinaldo que los primos se llevaban tan campantes era morcillas dulces de piñones y pastas de Cascante, que les encantaban.
Dicen que cuando uno es mayor recuerda con nostalgia su vida pasada, pero no es mi sentimiento hoy la nostalgia, sino la gratitud. Cierto que no pude triscar tanto como mis amigas en sus correrías por Naón y ponerme tibia con moras de árbol, ni las excursiones por los tejados de Deán y del barón de San Vicente, como recordaba Laurita - hoy Laura Leoz- en sus preciosos recuerdos escritos. Y que el día que se me ocurrió bajar a la plaza a torear un novillo para chicos y me cogió y me rompió la blusa azul por poco se muere del disgusto y de paso me mata. Para cuando fui a casa a contarlo ya lo sabía;
"Ha venido un hombre y me ha dicho: -Qué graciosa, la Charito, cómo se ve que tiene costumbre. Calla calla, ni que fueras titiritera de plaza en plaza, ¿Has visto?, calla, calla."
Quizá le asustaba que yo fuera una cabra loca e hiciera travesuras, que es lo que se terciaba en ese momento con toda la pandilla, o que nadie pudiera poner una pizca de polvo en mi buena fama. Era tan sensata, tan práctica , que a veces me gustaría parecerme a ella. El día que en el 89 inauguraron la escultura de Malón de Chaide y yo estaba tan ufana, le dije: "Tía, cuando yo me muera, todos leerán mis versos". Y me dijo," Calla, calla, ya vendrá algún muete con el martillico y romperá las letras ,choncha, más que choncha"
Tengo la sensación de haber sido una chica traviesa reconducida a divertida pequeña ratita de biblioteca, que afronta la inquietud y el desasosiego con el ordenador y el aislamiento pero que nunca alcanzaré la sabiduría ni el sentido común ni la calidez de mi tía Isabel. Creo que el amor recibido es mi última trinchera, mi defensa.
Felicidades, tía : Gracias a la vida, que me ha dado tanto.
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