viernes, 1 de noviembre de 2024

EL CEMENTERIO DE CAÑALETE

 


“Allegados son iguales

Los que viven por sus manos

E los ricos…”

 

Llueve y no llueve en el cementerio de Cañalete. Hay un trajín de mujeres con cristasol y flores y hombres acompañando del bracete a madres que caminan con cierta dificultad entre las sepulturas. Algunos mausoleos están adornados desde la víspera con centros hechos en floristería, otras de macetones de margaritas blancas, amarillas y liras., otros de flores naturales traídas de las huertas. Hay algunos abandonados a su suerte, casi no podemos leer las inscripciones., numerosos nichos con retratos de los fallecidos y ramilletes pequeños en los jarroncitos adosados al mármol. Cuando sale el sol, nada resulta tétrico en un camposanto lleno de colores, y cuando cae la lluvia, parece que se instala cierta melancolía, pues al fin todos los que estamos recordando a nuestros muertos sabemos que no están, que ya no vuelven. Memento de difuntos.

El cementerio actual está situado en el término de Cañalete. Fue inaugurado en 1867, distaba entonces algo alejado de la ciudad, a un kilómetro de la parte habitada, aunque hoy ha crecido la ciudad y hay casas cercanas. El traslado de los ritos funerarios desde el Romero se tomó como medida profiláctica, ya que se desaconsejaba que fueran los enterramientos cerca del casco urbano, o en la tierra exterior de las iglesias, dado las numerosas epidemias causadas por el cólera, las fiebres tifoideas, la viruela o tras enfermedades.  

Los enterramientos, hasta esa fecha de segunda mitad del XIX   se hacían en el campo santo viejo, en los terrenos que lindaban con la basílica del Romero, en la explanada, y en el lateral derecho de la cuesta, aunque hubo enterramientos desde el siglo XVII en la Iglesia de la Victoria, tanto en las capillas, habitualmente de gente noble, caballeros de Malta o de Santiago con sus esposas,  también los hubo en el centro de la nave de  la Iglesia , según pudimos ver en las obras iniciadas en la Iglesia  por D José Vergara, testarudo en su denodado empeño de volver a traer a la Orden Mínima de San Francisco de Paula a Cascante. Aunque no dieron el fruto apetecido, en las iniciativas de restauración quedó al descubierto un osario donde debieron de enterrarse los frailes mínimos de la ciudad, según recoge Fernández Marco que cita el nombre de los frailes enterrados.

Los tres últimos propietarios de nichos en la Virgen debieron ser propiedad de D Nicolás Durán, D Victoriano de San Cristóbal, y D Francisco Xavier Ximénez Guenduláin. Allí también está enterrada Dña. Gala Bertizberea, viuda de D Francisco Ximénez de Lerín y Amar. D Francisco era hijo de Dña. Vicenta Amar y Borbón, hermano de Dña. Josefa, la ilustrada aragonesa.  La construcción del nuevo cementerio obligaba a no exhumar ninguno de los cadáveres sepultados en el cementerio viejo.

Documenta J I Fernández Marco que durante la alcaldía de Martín Enrique Guelbenzu se compraron  algunas piezas situadas un kilómetro del pueblo a Francisco Aisa, barón de La torre y a José María López (Tejerina). . Hoy la sepultura del barón de La Torre , junto con la de su esposa, Concepción Ximénez de Cascante, está situada en el paso central, a mano izquierda. Nunca tiene flores. Parece que ese cuidado de las sepulturas, el honrar a los muertos, corresponde a la descendencia que suele recordarlos, pero Concepción Ximénez de Cascante no tuvo hijos. La filantropía de la baronesa donó a la ciudad en su testamento ( 1893) los bienes para construir el Hospital de la Purísima Concepción, (1917) hoy desaparecido. Tal vez mereciera unas cuantas margaritas humildes en el recuerdo de su generosidad con Cascante. Quiso, como una madre, amparar a los enfermos dotándoles de una institución que mejorara su vida. Los hospitales, en aquella época, acogían a los enfermos desheredados.

Al fondo del paseo central, una capilla y una lápida de mármol blanco donde se lee: “DOÑA LEANDRA SANCHEZ SERRANO, CARITATIVA SEÑORA QUE DONÓ A CASCANTE EL ASILO DE ANCIANOS.  Doña Leandra donó el asilo de San Leandro (!895) y trajo a Cascante para  atender el asilo a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.. La capilla me toca a mí que esté limpia y tenga flores, ya que la dama  filántropa Leandra Sánchez Serrano era mi tía bisabuela por parte de abuela paterna, y allí están enterrados todos sus descendientes, mis abuelos y tíos y padre Fuentes Soria y otras ramas de la familia Soria, también mi madre. A fe, que no sé dónde están los restos mortales de mi tía bisabuela, porque ninguna lápida dentro de la capilla la recuerda. ¿Estarán en el osario?

Paseo cuando cesa la lluvia por el paseo central del cementerio y, aunque es un paseo rápido para traer agua, hago algunas fotos de sepulcros de personas y personajes que figuraron en la historia de Cascante. Tampoco la tumba de Mauricio Bobadilla, diputado navarro, tiene flores; ni la del jurista navarro Antonio Morales; ni la del prelado doméstico de su santidad, D.  Juan de Dios Pardo, al que recuerdo con vestiduras púrpuras, medias rosas y zapatos de hebillas refulgentes. El paseo central está lleno de lápidas y capillas de aquellos que en el momento de inauguración del cementerio era gente de pro y ocupaba puestos de tronío. ¿Y quién sería el propietario de la tumba de la familia Muro?  Un poco más adelante la lápida de los Bellido Sánchez de Arquíñigo, Teniente coronel, Caballero de la Orden de Carlos III, dice la lápida; y la de los L´Hotelleríe de Fallois; y la de los Munárriz, sus parientes; y las de los Lapuerta, con tres preciosos centros de flores blancas y la cruz del pintor Leopoldo Albesa y su mujer, Jesusa Bellido; la de Pedo Claver; la de los Vicente y Tutor; la de D José Vergara.; la de las monjas carmelitas. A la entrada, la tumba colectiva de los cascantinos fusilados en la Guerra Civil y su alcalde, José Romano. Suele tener siempre flores.

 ¿Qué fueron sino verduras de las eras?

 Empieza a llover y me contagia la lluvia, y no quiero mirar hoy las lápidas más antiguas en los pasillos laterales, las de niños pequeños y sus madres, ni las de las numerosas personas conocidas, ni las capillas del final de las tapias. No tengo ánimo para ponerme triste; y vuelvo con el agua por donde he venido.

Creo que merece seriamente una visita al cementerio con boli y libreta. Antes las lápidas que miro, tenían fechas, existían también los recordatorios de los muertos, esquelas que servían para fijar las cronologías e iniciar las investigaciones. Polvo al polvo, ceniza a la ceniza, hoy las incineraciones lo dificultan.

 

“Ved que tan poco valor

Son las cosas con que andamos

Y corremos.

Que, en este mundo traidor

Al primero que muramos

Las perdemos”.

2 comentarios:

  1. Buenos días Charo, hermoso documento, Gracias por estas palabras y recorrido por el cementerio, en que yo salia y tu entrabas, me gusto verte. Saludos cuídate.

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  2. Y yo a ti , Rosa, me gusta verte y leerte. Un abrazo

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