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Rosario estudió bachillerato en el Instituto Castel Ruiz de Tudela y luego en la antigua Escuela de Comercio de Pamplona. Ya "bachillera", recién acabado su examen de grado, como lo suyo no era fachada sino afán de ganarse la vida, preparó una oposición al cuerpo de Correos y Telégrafos. Tenía 16 años. La oposición estaba convocada el 14 de abril de 1931. cuando llegó a Madrid la Puerta del sol era un hervidero, recordaba. no hubo oposiciones, se desconvocaron. Había llegado la II República.
Aquel acontecimiento cambió su vida, pues no opositó. De vuelta a Pamplona, el amor se cruzó en su camino. Aún faltaba por pasar la guerra civil, que ella pasó en el pueblo mientras su novio, que había hecho la carrera de comercio en Angulema, estaba destinado en la frontera francesa con Francia: Valcarlos. acabada la guerra se casa en 1940. Andrés Fuentes Soria, su marido, er.industrial y como ella de Cascante. Tuvieron un niño y una niña, José Javier y María del Rosario. Pero la felicidad fue corta, duró solo cinco años, en 1945 muere Andrés. Rosario Caballero tenía solo treinta años.
Después de una larga viudedad de 10 años, Rosario rehace su vida y vuelve a casarse con Fernando Jiménez fuentes, funcionario del Ayuntamiento de Pamplona. No era, pese al apellido, pariente de Andrés Fuentes, también era cascantino. Tuvieron dos niñas, Inmaculada y Beatris . Rosario no dudó esta vez de emprender aventuras empresariales relacionadas con la industria del aceite en Tendilla, Guadalajara, o trabajar en las industrias inmobiliarias de su segundo marido. Tal vez, el haber obtenido en título de bachiller le hiciera ser un poco distinta y apostar prioritariamente como madre por la instrucción y por educar a su hijo y sus tres hijas para ganarse la vida, lo mismo que ella había sido educada; esta vez con la exigencia de cursas enseñanzas superiores en la Universidad- Estudio General de Navarra- .en unos años en que en esta tierra ser mujer y universitaria era formar parte de un grupo minoritario.
Y es que ella no fue tampoco una mujer habitual y corriente. De fuerte carácter y gustos exquisitos, buena ama de casa, excelente cocinera tradicional, tremendamente organizada, de larga mirada y alto vuelo, era difícil verla con un croché en las manos y muy fácil encontrarla viajando por el mundo, con viajes organizados por la Parroquia de San Miguel, comprando regalos originales y exóticos, haciendo proyectos o controlando con un golpe de teléfono a los suyos. Quería conocer el mundo y sorbía la vida. Siempre que algún familiar se iba de viaje, tanto da si a Portugal o a Jerusalén, la encontraba con la maleta a punto. A los 80 años visitó Rusia, recién caída la Unión Soviética.
El primer infarto le llegó después de un viaje a París. Allí empezó su proceso de deterioro. Luego sufrió un ictus que intentaba remediar, superviviente nata, pedaleando y haciendo todos los días caligrafía para volver a escribir su nombre. Y casi lo consigue. Luego fue una rotura de cadera de la que salió a duras penas, mermada en facultades. Había llegado ya a los 90.
Su voz ribera y graciosa fue enmudeciendo, sus ojos grandes achicándose, su cuerpo se hizo frágil, sus manos, diminutas como las de una niña. Rosario se fue cerrando a los estímulos. A veces, las biznietas la sacaban de su abstracción y sonreía:¡Qué ricas! ¡Qué graciosas!
Un día se fue. Se quedó dormida. Adiós, madre.
EL ÚLTIMO VERANO
mano pequeña quería desasirse
Era un pájaro tibio que no podía levantar el vuelo.
Aéreos sus huesecillos menudos
su piel herida y trasparente.
Me bastaba
pasar la tarde sintiendo su leve latir
su pequeño corazón gastado
abrir sus dedos y acercarlos a mi corazón triste .
¡
Era una niña en la fiebre de julio
sentada en la ventana del jardín
sobrepasado el tiempo .
En su cuerpo doblado
la belleza amorosa
desde el amanecer hasta el declive.
En sus ojos redondos y encogidos
yo medía el tamaño
la fuerza y la grandeza de su luz
y cuando se cerraban o se hacían opacos
intentaba sacarlos de la bruma
( lejano ya aquel el día que alumbraron los míos).
Me bastaba
pasar la tarde sintiendo.
Y se fue quedamente, en un sueño
sin despedirte, madre, desasida.
Dejándome en tu marcha
estas manos estúpidas y solas
sin sabia y sin calor , tendidas al vacío
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