Álamos del amor
que ayer tuvísteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas
A
Machado
Me gusta mirar el vuelo de los
pájaros y su alborozo. No tienen quizá conciencia de su felicidad, pero tal vez
no importe, son – parece – felices, por eso cantan y se entrecruzan jugando a tú
la llevas en su vuelo. Los ruiseñores idos son como una metáfora de esas fotos
antiguas, imágenes nuestras de las primaveras juveniles, los pasionales veranos;
y el marco donde asoma la foto es verde y agua, ingenuo y oloroso. Miramos las
fotos del álbum viejo y, contrariamente a lo que recordábamos, constatamos que somos
nosotros y nos encontramos guapos ¿Cómo pudo ser? Nadie, o muy pocos cuando es
joven y guapo o guapa se recrea. No se lo cree. No tiene conciencia de lo que
tiene ni de que se va a perder. Está lleno de inseguridades y complejos e ignora
su atractivo, En disconformidad con su naturaleza, no se sabe y quisiera ser
más alta, alto, más delgada, más guapa. Lo sabe cuándo ya se ha perdido.
Los ruiseñores suaves que escapan con sus trinos se nos asemejan al esplendor perdido. Esa plenitud
que no es únicamente la belleza ni la juventud sino esa alegría, ese júbilo, esa
felicidad: Los álamos del amor con
ruiseñores y las fotos en color son como la felicidad que voló en desbandada de la que no tuvimos
conciencia y que ahora anida en el recuerdo.
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