Impostura. Mi última entrada en mi otro blog me ha hecho meditar sobre la impostura, la determinación de una persona de decir que es quien no es, o de apropiarse de la obra de otro como si suya fuese, y aceptar los elogios que no son suyos y que la obra merece, o los beneficios que la obra reporta como si suyos fueran.
Creo que en toda apropiación hay un acto supremo de la vanidad de cubrirse con plumas ajenas. Porque se puede engañar a los demás, pero nunca a uno mismo. Por tanto, se necesita engañar a los demás para que en ellos crezca la admiración, aunque uno íntimamente sepa que podría merecerla por lo que la merece, pero no la merece por lo que no ha hecho.
La opinión del impostor sobre la obra propia, o la propia persona, puede que consista en creer ser siempre inferior al suplantado. Hay, por tanto, en el hecho un complejo de inferioridad ante la persona o al que realmente ha hecho la obra de la que que impostor se apropia.
Pienso que el impostor se aprovecha de la confianza, o incluso de los lazos afectivos que le unen con su presa. Pues nadie desconfía de la persona con la que mantiene relaciones positivas de confianza y de afecto. Cuando despierta y protesta, ya está hecho.
No creo en los impostores humildes. Creo en la falsa humildad de un impostor. Su necesidad de ser admirado le hace buscar la comprensión ajena y cubrir con falsa humildad una mentira. Porque nadie admira a un vanidoso, la humildad, aunque sea falsa, parece contraria a la prepotencia. La falsa humildad es una argucia.
El que cree que algo de lo que ha hecho es bueno, no necesita halagos ajenos, no tiene miedo está contento y lo dice: Soy yo. Esto es mío.
El impostor suele tener otros valores que nadie niega, mejor apoyarse en los valores propios existentes y mejorarlos que rapiñar valores ajenos. A cada cual su mérito. El impostor no debería plagiar al otro, o convertirse en el otro, si estuviera seguro de lo propio.
Pienso por ejemplo en el caso de Gregorio Martínez Sierra frente a María Lejárraga, al fin Martínez Sierra no era un creador, era un buen gestor y hombre de negocios, eso sí, no era creador. Tampoco feminista.
O en el caso del pintor que confunde su obra con la de su mujer y la tapa y se ufana. Al fin, cada pintor tiene su sello ¿tanto precisa de la obra ajena ?
O del buen profesor y buen crítico que necesita ser promocionado por un grupo y sigilosamente hace lo que le dicen que haga, aunque con su acto emborrone su hasta entonces limpia trayectoria.
La sociedad puede callar, aunque lo sepa o lo sospeche, la que no suele callar es la conciencia.¿Hay conciencia social, o mejor ignorar la verdad porque es incómoda?
Organizar escándalos es incómodo. Clamar a los cuatro vientos la impostura ajena puede no ser gratificante y es inútil, cuando enfrente hay amigos e intereses del impostor a quienes su impostura beneficia.
¿Acabar en el barro? La imposición no es amiga de la verdad. La honestidad intelectual y el respeto a uno mismo no consiente rendirse. No
No es de personas dignas aceptar las imposturas. No mentir. No mentirse.
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