“Adiós” Después del verano nos decíamos adiós, como podíamos
decirnos “hasta la semana que viene” o “hasta mañana, amigo, hasta cuando
queráis, nuestra casa, vuestra casa está abierta”, así que nunca la distancia jugaba
a hacerse anual, porque nunca existía.
Íbamos y veníais de Cascante a Granada, de Granada a Cascante, de Cascante a Pamplona viajantes de amistad y encuentros de amigos desde siempre, desde lejos, muy
cerca de la infancia. O volvía yo a Cascante en invierno y me escapaba por el Caracol, picaba el picaporte, cenaba con vosotros
y antes de despedirnos me ofrecíais una infusión de
manzanilla caliente porque siempre estoy ronca y no soporto el frío. Dirás que
qué cosas tan tontas recuerdo en un día en que parece que van más las palabras
sonoras, las mayúsculas algo pomposas de las despedidas
Las cosas que nos
hacen sentirnos felices y acogidos suelen ser muy sencillas, rutinarias casi,
porque no hay ceremonias cuando a quien se recibe es uno de nosotros, es “de
casa”. Así me siento yo para despedirte. Se va uno de los míos. Así te siento,
Ángel, amigo.
Esta semana apareció en mi mesa de trabajo las fotos con
Beatriz, tú, Antonio y yo del Corral del Carbón y hoy pienso que el destino me
avisaba. Me avisaba. Son recuerdos estelas. Esta vez los recuerdos avivan mi tristeza.
Me avisaba
Y no te digo adiós. Que no se dice adiós, que quedan las
estelas que dejan los amigos cuando pasan. Te vas tú ahora, afable, generoso, discutidor,
buen anfitrión y resistente y me dejas un poco más desierta porque no te veré, aunque
estarás, porque mientras estamos y pensemos en los buenos momentos que vivimos estaremos contigo.
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