Como todos los años nos desplazamos para recordar a nuestros familiares muertos. Dicen los vendedores de flores que las nuevas generaciones ya no siguen la tradición y cada vez más son los mayores los que las compramos y rezamos en el cementerio a los difuntos Tal vez sea verdad, pero los cementerios se llenan estos días de visitantes que limpian y acondicionan las sepulturas y- razón de amor- rezan. Estos días de noviembre están los camposantos llenos, y las lápidas y esculturas funerarias se cubren de centros, ramos y macetones. No es tanto el respeto, o quizá sí, a los que se fueron, sino la lealtad y el amor. Son los lazos afectivos que cultivamos con los que nos precedieron y amaron, o con los que amamos nosotros y ya no están pero permanecen en nuestro sentimiento. Ellos nos inculcaron la fidelidad a los principios morales o éticos y nos comprometimos con ellos, pues las personas queridas que viven en nosotros no mueren hasta nuestra muerte. Estamos llenos de cariño a la etapa de la vida pasada, y algo de tristeza en estos días en que afluyen los recuerdos y creemos oír voces conocidas; y les llevamos flores como lo hacíamos en los cumpleaños; flores efímeras como fueron ellos, como somos nosotros, aunque no queramos tener conciencia del final:
“Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
La idea de la muerte, que no la muerte, ha cambiado a través de los siglos. Aquel terrorífico esqueleto medieval con guadaña y su danza macabra con papas, obispos, emperadores, reyes, caballeros, mujeres, niños, abades, labradores, adoctrinaba en la universalidad de la muerte, asustaba y aterrorizaba. Laten en nuestro pensamiento todas las tradiciones religiosas y culturales, seacumulan. Las recordamos con tanta viveza como el Ave María y el Credo que intentamos rezar por ellos, nuestros muertos.
“Creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna”
La muerte es certeza y versos que leímos y que nos han acompañado hasta aquí la rememoran:
“Recuerde el alma dormida
Avive
el seso y despierte
contemplando
Como se pasa la vida
como se
llega la muerte
tan callando…
(…) “Nuestras vidas son los ríos/ que van a
dar a la mar
que es el morir…”
(…) “No tengamos
tiempo ya
En esta vida
mezquina
De tal modo
Que mi vold
está
Conforme con la
divina
Para todo”
Es sin duda el de Jorge Manrique uno de los magistrales poemas de nuestra literatura. [1]Hay en esa meditación humana de los grandes poetas sobre la muerte tonos que asumimos, pensamientos lejanos en el tiempo que confluyen o se oponen. En el poema de Jorge Manrique ante el sentimiento de pérdida del padre, consuela al hijo la constancia de las obras que el maese D Rodrigo deja a su muerte.
“Que, aunque la vida perdió
dejonos harto consuelo
su memoria”.
El Poema contiene todos los matices del ubi sunt y da constancia del valor de la obra hecha por el fallecido. Podríamos, saltando el tiempo, recordar a Antonio Machado y su poema sentido y filial a D Francisco Giner de los Ríos, que fue su padre espiritual, su maestro[2]. Enlaza con Manrique en el “lleva quien deja y vive el que ha vivido”, sentimiento idéntico, aunque con una tesis opuesta, pues Manrique asume el sentido religioso de la muerte como destino final y Machado canta la necesidad de vivir con plenitud dando sentido a la propia vida por la vida:
“Vivid, la vida sigue
los muertos mueren y las sombras pasan
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
yunques sonad, enmudecer campanas”.
Hay oposición de la idea cristiana de Manrique y la agnóstica de Machado en las metáforas “los yunques”, símbolo de la clase trabajadora que nace en España y” las campanas” símbolo religioso que representa la España vieja. Pese a su divergencia, los dos grandes poetas, ponen la mirada en el valor de la obra que deja el fallecido. La apreciación del fallecido por sus hechos es discurso moderno: Los elogios fúnebres del siglo XX y XXI ponen el acento en el valor de los logros de los grandes hombres a los que se les dedican elogios fúnebres por sus obras, porque los perviven más allá de la muerte.
El sentido religioso y moral de aceptación de la
muerte por voluntad de Dios que contiene el poema de Manrique es la fe
cristiana que va a continuar firme durante todo el Siglo de Oro, XVI y XVII, de
la Literatura española. Entre los más
conmovedores poemas es el que Lope de Vega hizo a la muerte de su hijo Carlos Félix,
muerto a los siete años[3]
incluido en rimas sacras, 1614 del que extraigo unos versos
“Éste de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, ¡oh Rey Eterno!,
ofrezco
humildemente a vuestras aras,
que, si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era…”,
El poema extenso sigue siendo totalmente actual y
Lope se dirige a Dios, pero también a su niño:
(…)“Yo
para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba,
gozoso de alegraros;
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas
saliste, Carlos mío,
bañado
de rocío,
cuando, marchitas las doradas venas,
el blanco lirio convertido en hielo
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.
¡Oh qué divinos pájaros agora,
Carlos,
gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales”
Se
sigue manteniendo la esperanza en la vida eterna y la resurrección en algunos
escritores del siglo XIX así en Zorrilla[4],
ambas esenciales en la fe cristiana. Conviven con la duda y la rebeldía de
Espronceda, pues ese sentido cristiano de arraigo va a tambalearse en el
Romanticismo, donde la esperanza en la resurrección y en la vida eterna oscila,
como en la sociedad hoy, y ya no hay seguridad sino incertidumbre. Entre los
severos cipreses nos parece escuchar la voz de un poeta que estuvo en la zona
entre Tudela, Soria, Veruela y Fitero y, romántico, puso un acento de
melancolía que nos ha acompañado desde la adolescencia. Gustavo Adolfo Bécquer[5]
(…)
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela
al alma al cielo?
¿Todo
es sin espíritu
podredumbre
y cieno?
No
sé, pero hay algo
que
explicar no puedo
algo
que repugna
aunque
es fuerza hacerlo
¡A
dejar tan tristes
tan
solos los muertos!
Hubo en la literatura del Romanticismo tintes dramáticos, y miedo a los espectros y a los muertos. Hoy en las fiestas de halloween la parca no asusta, y la danza de la muerte se ha convertido en chanza jocosa y fiesta. Es un carnaval donde los jóvenes bailan otro tipo de danza, se disfrazan y juerguean. Si la literatura romántica incorporó lo tétrico y el miedo a los difuntos, y a finales de siglo Bran Stoker creó el personaje de Drácula[6] - el vampiro sediento de amor y de sangre, la moda americana ha añadido a la lista de los horrores a los zombis, o muertos vivientes llenos de pústulas de la tradición oral haitiana del budú. Hoy todo se ha incorporado. Quizá burlar el miedo a lo terrorífico está en las extrañas costumbres de nuestros jóvenes que, se visten con trajes góticos y se pintan ojeras y heridas purulentas, esta vez de mentira. En cierta manera esto de regodeo con lo tétrico tiene algo que ver con aquello del terror romántico, sólo que aquello era el pavor a la muerte y a los muertos o a los medio- muertos y los espectros y esto es disminuir su importancia, olvidarla, vencerlos. Es una danza de signo contrario que festeja la vida y la inconscienciaa.
La muerte ha dado profundidad y grandes páginas en nuestras letras. Todos recordamos las mejores elegías de nuestra literatura en español, la de Jorge Manrique a la muerte de su padre en maese D Rodrigo, la de Miguel Hernández a Ramón Sijé[7] y la de Federico García Lorca a Ignacio Sánchez Mejías[8]. Añado a la lista al mejicano Jaime Sabines y su extenso poema a su padre[9] que recomiendo e incorporo unos versos: “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”
Te enterramos
ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.
Voy a acabar esta entrada con un poema de Juan Ramón Jiménez porque enfoca la muerte desde el yo de la vida, principio y fin de cada ser humano. Poema de uno mismo a uno mismo para cuando ya no esté , tan bello que nos deja un temblor, casi lágrima. La belleza de un poema que dulcifica la muerte:
El Viaje definitivo[10]
…
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas
las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se
morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostáljico…
Y
yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
Yo también he escrito sobre la muerte, aunque
no de forma central sino lateral en poemas de despedida[11].
Algún día me pararé a hacerlo, creo que hay en mí algo de todo lo anterior. Este año me he atrevido a hacer mi propio centro
y he comprado claveles y margaritas. No estoy insatisfecha con el resultado, lo
repetiré. La visita a mis familiares fallecidos y mi rezo mientras limpio y
arreglo la capilla es también producto de la lealtad y el amor. Allí donde ahora, estén saben que los sigo llevando en mi recuerdo conagradecimiento. Descansan
en la paz de Dios. Me quedo con la esperanza.
[1] “Coplas
que hizo D Jorge Manrique a la muerte el maese de Santiago don Rodrigo, su
padre” La elegía pudo ser escrita con posterioridad a la muerte de éste.
fallecido en 1476. Edición: Glosa famosíssima sobre las coplas que hizo
don Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago su padre, de Alonso de Cervantes, publicada en 1501.
[2] Francisco
Giner de los Ríos murió el 18 de febrero de 1915, según lo dice el ABC y el Imparcial en sus números de ese día. Léase a Fernando González Ollé:” Antonio
Machado. Versión en prosa de la elegía a Giner”, publicado en NUESTRO TIEMPO”
n.º 102, diciembre 1962, afirma que el poema está fechado en Baeza el 21 de
febrero de 1915 y que aparece en libro por primera vez en Páginas escogidas,(1917)
y luego en Poesías completas del mismo año. Fue publicado por primera
vez en la revista España. º5, 26 febrero, 1915 y posteriormente reproducid por
el Boletín de la Institución Libre de enseñanza ( XXXIX. 1915.49)
[3] Incluido
en “Rimas sacras”, 1614
[4] D Juan
Tenorio se estrenó en el Teatro de la Cruz de Madrid, el 28 de marzo de 1844
[5] Rima
LXXIII, Obras completas, 1871, fue una publicación póstuma, un año después de
la muerte de Bécquer en 1870. Tenía Bécquer manuscritas y recopiladas algunas Rimas que fue publicando
en revistas de la época y que dio al ministro González Bravo para su
publicación, pero se perdieron en la revolución de 1868, dos años antes de su
muerte.
[6] Novela publicada
en 1897
[7] Poema
perteneciente a El Rayo que no cesa, 1936
[8] Fue
publicada en editorial Cruz y Raya, con ilustraciones e José Caballero en 1935
[9] Jaime
Sabines, peta mejicano de origen libanés, nacido en Chiapas, 1926 y muerto en Ciudad
de Méjico en 1994. Algo sobre la muerte del mayor Sabines, fue publicado
en 1974.
[10] Tomado
de “Corazón en el viento, de Poemas agrestes, 1910-1911
[11] Fueron
un tiempo, Tudela, Traslapuente, 2016
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