A veces
en una vieja plaza con castaños
o al pie de un avión
o por una llamada intempestiva de teléfono
vamos adivinando a los amigos.
Suelo reconocerlos porque tienen una mirada naufraga
como si fueran manos que nos fueran atando a su propia
galerna
o tal vez nos sacaran a flote por los acantilados de sus
dedos.
Y nos vamos parando
y apeando del carro de nuestra soledad e intemperancia
para aprender sus voces
para aprender sus voces,
Y nos reconocemos
y paramos en agua
y lloramos
porque nos hemos visto a través de sus órbitas fijas
y nos va conmoviendo su dolor
y nos va fermentando su placer y el peso de sus manos entre
las nuestras- un poco inútiles
Y lanzamos al viento los tendones
y flotan y se aferran y nos flotan
y vuelven otra vez a bracear
Y nos hacen nacer entre la piel y sentirnos calientes y
asumidos.
La más grave derrota es no aceptar el peso de una mano por
miedo a que nos muera
Yo me aferro a las manos que palpitan, a las que cosen
lágrimas
a las que es criben versos y botellones con mensaje que
lanzan suavemente a la deriva,
las que gritan, las que rompen el frío, las que estallan
y me avivan la carne
y me empinan los ojos
y me imbuyen la audacia
en el feroz mecer de la corriente.
Voy echando a la mar mis confidencias
y mis manos, de amor dolor, de amor de solitaria a
solitario,
envueltas en espuma,
en papel de soñar
en fluviales metáforas,
para que tú maldigas
para que yo maldiga
esa resaca atroz que nos hunde hasta el vientre.
Yo creo en las palabras que no tiene redondos ni mayúsculas,
que nos granan por dentro
y que cuando se expresan se hacen pan
-
y calor
-
y mano pequeñita,
-
o sabia
o florecen en hombre
y nos abren de bruces los sentidos por las cuatro
vertientes.
Tal ves sólo lo elemental es trascendente
y esa mano empapada de cansancio que resurge
Intentándolo
intentándolo.
Conseguiré yo algún día yo ser manos
tú también serás manos
todos seremos manos.
Llegaremos al borde final, a las columnas
kiilometros de manos
solidarias, unidas, abrazadas en rosas.
(Madrid, 1984)