Esta entrada mía es la historia de una impotenia. Creo que nunca podré expresar con palabras, por mucho que lo intente, la intensa emoción que me produjo acompañar la procesión de Los Gitanos siguiendo al Cristo y a la Virgen con los gitanos y las gitanas por el Sacromonte. Esperábamos verla a altas horas de la mañana desde la pequeña explanada de las Escuelas del Ave María del padre Manjón, pero nos supo a poco. Subieron los costaleros gitanos a todo meter al Cristo del Consuelo, obra de José Risueño, adornado con lirios morados y cuatro hachones rojos, rodeados de cofrades con hábitos negros, capa amarilla y capirotes- carrapuchetes, diríamos aquí- rojos, los penitentes, de igual guisa, con cruces de madera y tras ellos la banda de música con la trompetería. Y luego las costaleras, mujeres a galope por la cuesta a la Virgen del Sacromonte, la Dolorosa de las Cuevas, obra de Manuel González con flores moradas y claveles blancos, música de banda militar de tropetas y tambores, y no sé si delante o detrás pendones y estandartes. Toda la orfebrería de los pasos de la Hermandad de los Gitanos, jarras, varales, crestería era de cobre, material típico de los adornos de la cuevas. En Granada los costaleros y costaleras van debajo del paso, no se les ve la cara, so,lo los pies. Las gitanas que acompañan el paso eran guapísimas, iban luciendo el palmito, con taconazo, pelo estirado con peineta y mantilla, vestidos negros ajustados, perlas y medallas. Nos apretujamos Antonio, Asun, Encarnita, Julio y yo detras de las andas con los nazarenos, que a poco nos arrollan, y entre empujones nos colamos adentro. Despidieron los cofrades la música de las bandas y empezaron desde los laterales de montículos y azoteas a cantar saetas y fandangos a su modo, con bailes y taconeos. Era un espacio sorprendente para nosotros. Recitaba Curro Albaycín, palmeaban los sacramontanos y trepidaban las llamas en las hogueras, el humo gris ascendía al cielo en una noche negra, negra, solamente iluminada por los faroles de los pasos, los cirios, las velas, las bengalas y las lenguas rojas de las fogatas que lamían el cielo entre las chumberas. A lo lejos en lo oscuro, las candilerías solanescas del paso del Cristo, muy lejos del de la Virgen donde nos encontrábamos, marcaban el camino a la Abadía. Todavía me saltan las lágrimas al recordarlo. Mezcla de asombro, piedad, fascinación y belleza .¿Saldría ayer?¿llovería?
La belleza de las procesiones me acompaña en mis recuerdos de Granada
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