Sentí tristeza al despedir a D Fernando González Ollé, era quizá el último testigo profesoral de aquello que empezó siendo el Estudio General de Navarra, de tiempos luminosos en mi memoria. Si no pareciera una falta de respeto- que no lo es- diría que era el último mohicano, aquella raza profesoral valiosísima, sabios y entregados.
Era D Fernando entonces un profesor joven, aunque
nunca lo pareció, de aspecto serio, casi adusto por la escasa sonrisa, parco de
palabras, delgado, muy tieso. El pelo liso le hacía una especie de palmera que
no llegaba a ser flequillo. Su presencia inspiraba respeto casi reverencioso.
El aprecio que luego sentí por D. Fernando era desde ese mismo respeto de mis
tiempos jóvenes, no solamente por su sabiduría sino por su sensibilidad
literaria. Pero bien sé que no puede haber sensibilidad literaria para juzgar
los textos de los demás, si no se tiene sensibilidad propia, aunque a simple
vista sea imperceptible, por timidez o simplemente por distanciamiento. Era
hermética su forma de ser, distinta a la amistosa de Rogelio Buendía, “El Chino”,
o a la casi coqueta de Luis Miguel Enciso. Era difícil aprobar su asignatura y
no pasaba nunca una falta de ortografía.
Fue un tiempo en que los títulos de el Estudio General de Navarra, incipiente Universidad de Navarra, no eran oficiales, pues no se había aceptado como universidad, por lo que los alumnos teníamos que ir a examinarnos de la asignatura a Zaragoza. Del catedrático de la misma asignatura en Zaragoza dependía que nos volvieran a examinar o dieran por buena la nota de Pamplona. En el caso de Lengua, el catedrático la daba por buena, era D Francisco Induráin, un prestigioso navarro de Aoiz.
Recuerdo
el primer texto literario que nos leyó para que comentásemos, era el “Ángelus”
de Platero y yo
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules,
rosas blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo
se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué haré yo con
tantas rosas?
¿Sabes tú, quizás, de dónde es esta blanda flora,
que yo no sé de dónde es, que enternece, cada día, el paisaje, y lo deja
dulcemente rosado, blanco y celeste –más rosas, más rosas–, como un cuadro de
Fray Angélico, el que pintaba la gloria de rodillas?
¿Por qué en una clase de Lengua, que era su asignatura, nos
hacía valorar un texto literario? Quizá era una forma de calibrar que tipo de
alumnas, si éramos buenas lectoras o no o para hablar de la semántico del
lenguaje poético
Me preguntó a mí, y yo debía de estar en otra cosa, pero creo
que le contesté que el estremecimiento de las campanas en el cielo, era el caer
de las rosas. Bueno, ya se sabe que en la poesía no hay solo un sentido (aunque
en mi caso una oye campanas y no sabía dónde) pero no me desdijo. Hay pasado más de 50 años, aún lo recuerdo.
También recuerdo la sorpresa del valor semántico del diminutivo, o uno de los
trabajos que me regaló en Navidad sobre las greguerías. Era González
Ollé profundo y asombroso.
Me recuerda una compañera de aquellas lides, Amelia Guiber, su sentido del humor, es verdad, era un sentido nada hiriente, tampoco socarrón, era como una sonrisa interna que le movía un poco la curvatura de los labios, como en la foto que he puesto en este blog Estoy segura que si todas sus alumnos apuntasen lo que falta de decir de quien era, sería extenso, le valorábamos, nos referíamos a él con un cariñoso apodo "Ferdi" , recordarlo es ser leales a su magisterio
Académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española, fue D Fernando y no otro el que, antes de
que se pusiera de moda en la Universidad el estudiar lo propio de Navarra en
Literatura, fue el primero que publicó sobre el tema una pequeña joyita, Introducción
a la Historia Literaria de Navarra, mérito que le doy, continuado por Miguel
D Órs, también meritorio, y algún otro profesor universitario al que prefiero
no mencionar porque no lo mereció.
En 1989 con D Fernando González Ollé, D Francisco Induráín, y D. Ignacio Arellano celebramos una mesa redonda en Cascante en el Centenario del escritor agustino Fray Pedro Malón de Echaide, también por su disponibilidad les debemos agradecimiento. Era de las primeras ocasiones donde catedráticos universitarios trasladaban su magisterio a un público popular. Resultó un éxito.
Ya mayor yo, de vuelta a Pamplona, nos felicitábamos, yo con mi
pliego de cordel navideño, que él, atento, contestaba con un tarjetón abierto. A
veces me mandaba alguno de los trabajos que pensaba que podían interesarme. Le guardo afecto y respeto, el mismo respeto
que sentía cuando a los 18 años le conocí, en aquella aula al fondo del pasillo
del Museo de Navarra, cuando éramos tan pocos, y venían los de Artes Liberales
a sus clases
Algo mohicana también yo,
le recuerdo como uno de los mejores profesores que he tenido, se lo agradezco y
lo escribo y lo apunto y no lo olvido.
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