Día divertido con pimientos al fondo.
Me animé a aceptar la propuesta de mi hija, María, y nos fuimos las dos a
Puente la Reina en post de hacernos con pimientos asados para nuestra despensa.
Nunca había estado. Lo que vi me fascinó. Puestos de pimientos de todos los
tamaños y colores, del piquillo, del pico, del cristal, najeranos, morrones,
lamuyos, colocados a montón en puestos sin preocupaciones estéticas, muy prácticas,
expuestos como en un mercadillo. La belleza de los colores intensos y el brillo
de la piel lustrosa de los pimientos resaltaba en un día con un sol espléndido.
Los que nos atendían parecían ser los propios productores, amables y afanosos.
Había colas por hacerse con ellos. Al lado izquierdo de los puestos, en
corrillos, gentes diversas de todas las edades, sentados en sillas blanca de
plástico descorazonaban los pimientos que habían ya comprado y pagado, desechando
las pepitas y el corazón en un pozal negro y acumulando los descorazonados pimientos
en una barquilla. Nos pusimos a la cola y conseguimos del 20kilos de pimientos
del piquillo. Los hay ya asados y limpios, los preparan y entregan limpios ya
para los clientes. Compramos también una ristra de pimientos a medio secar y
unas cuantas guindillas.
Pensé que era una gran cosa que
fueran los propios productores los que tentasen a los compradores con una exhibición
tan bien organizada y que pudiéramos hacer nuestro el lema de “desde el campo a
la mesa”. Bueno para ellos, porque vendían más y los productos no se
estropeaban; y bueno para nosotros porque, asados ya, podíamos tomarlos al día
y congelar en resto sin tener que encender hornos, ahora que la electricidad ha
encarecido. Un kilo de pimientos asados cuesta 2 euros, si los pela el cliente.
Que los asen allí con la máquina apropiada es imprescindible en el caso de los
pimientos del piquillo de carme tan fina que no admite un horno tradicional: Vendían
también otros productos: ajos, manzanas,
cebollas, alubias rojas, pero allí parecía que todos habíamos ido por los
pimientos. Un éxito.
A nosotras nos encantan los
pimientos todos, los gordos y los finos, los rojos y los verdes. Recuerdo
todavía unos pimientos grandes y rellenos de carne que comíamos en un
restaurante pamplonés muy castizo, que ya no existe, y que cada vez que paso
recuerdo: Mauleón. Lástima no haberme hecho con la receta. O la tortilla de sesos y pimientos que
pedíamos cada inicio de verano en Cascante con mis primos y mi hermano en el Lechuguero
de Cascante, que ya tampoco figura en la carta; o los pimientos del piquillo rellenos
de marisco que hacía Lucía, en casa de mis tías, que ponía el cielo en nuestros
platos. O los asados y fríos en ensalada con aceite y vinagre. O los del
Padrón. O los secos con sopa de Ajo o con ajoarriero. No entiendo la cocina sin
pimientos, caben en todas las recetas, desde las clásicas a las refinadas.
El pimiento, ese lujo tan nuestro
que hoy en Navarra tiene denominación de origen, viajo desde los Andes, desde
Perú y Bolivia y luego desde Méjico. No existía en la cocina española hasta que
lo encontraron los navegantes y fue traído por Colón a España en 1493. Rápidamente
introducido en la cocina española, ya que las variedades picantes, como el ají y el chile, sustituían a las ansiadas especias por las que los navegantes cruzaron el Ocano
en busca del país de las especias. Desde España se extendió por Europa y Asia.
Fue lo nuestro también una globalización culinaria
Con nuestros veinte kilos de
pimientos del pico, nos aposentamos en nuestras sillas que tomamos del montón y
empezamos, con un aparatejo que nos prestan los propios vendedores a quitar el
corazón y las pepitas a los pimientos, echamos el corazón a el cubo negro a
nuestro lado, operación que encuentro facilísima. Metáfora ¿Cuántos corazones
humanos, como los de los pimientos, se habrán vuelto pasados a las brasas? Toda la plana de Puente la Reina huela
maravillosamente a pimientos. Dejamos las barquillas de pimientos sin corazones
a nuestro nombre para que los asen y nos vamos a ver si encontramos sitio uno
de los buenos restaurantes en las que intentamos desde Pamplona reservar, pero
sin éxito, que está todo completo. En el restaurante “La Plaza” comimos sabroso
y abundante, unas alubias rojas, un tajin
de ternera con ciruelas y unas tartas caseras buenísimas.
Puente la Reina bulle. Tolas las
calles llenas. Las iglesias abiertas durante todo el día mostraban su
implicación con el turismo local, nos pareció una forma de fomentar el
conocimiento del patrimonio de la ciudad magnífico. En la Iglesia de Santiago, románica
y del XII rezamos a Santiago – “Beltza” y a la virgen del Rosario, de mi
nombre. Había una boda. Y en la de la orden del Malta, (S XII) la Iglesia del
Crucifijo contemplamos el Cristo gótico mientras un músico, casi a oscuras, ensayaba
salmos y tocaba el salterio. Una pasada. Las terrazas animadísimas con parroquianos
tomando aperitivos ricos, compradores, como nosotros, mirando con pasmo las
preciosas casas.
Puente la Reina, Camino de Santiago dende se
encuentran el camino francés de Roncesvalles y el aragonés de Jaca, Somport, antigua
población de comerciantes francos, recorrida siempre, ayer y hoy, por peregrinos
que rezan y transitan. Puente la Reina, también esta vez convertido en puente de
peregrinaje de pimientos, todos los días hasta – creo- finales de noviembre. Volveremos
otro año. Contemplamos el puente románico de piedra lamida por el Arga.
Y luego recogimos los pimientos asados, nos subimos al coche
y volvimos tan ricamente a casa.
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