Es buena hora el otoño para dejar
caer las hojas. Quizá las personas, como los arboles dejamos caer al viento
nuestros papeles viejos, no para que mueran sino para salvarnos, unos se van y otros se
quedan en las nubes. O quizá, como dice el dicho: ”En el tiempo de la
berenjena, a la mujer se le cae el melena” pero luego renace, digo yo. Siempre el
otoño, no sé bien por qué, es algo melancólico, tiempo de hacer balance, o quizá propósitos.Todavía hay sol, pero ya se asoman las lluvias. Renovando
papeles me encuentro con el recorte del obituario de Julia 3-3-2008 y lo
lanzo al viento de internet porque quiero que vuele.
JULIA GUERRA LACUNZA, POETA, Pamplona 1953-Algeciras, 2008
Querida Julia Guerra:
¿Te
acuerdas? Tú y yo como Daoiz y Velarde, como dos heroínas de la Guerra
de la Independencia versión navarra. Durante un periodo corto siempre juntas.
Nos querían así, fuera de los círculos para que no molestáramos mucho y se
inventaron que nosotras íbamos de poetas de mujeres, que era una forma
insidiosa de alejarnos de la pomada. No nos importó mucho. Tal vez ganó
Pamplona, que escuchó nuestras voces a dos voces, la tuya fresca y protestona,
musa del casco antiguo, mujer de revistas literarias de nuevo cuño, de una
Pamiela que quiso ser de la movida pamplonesa y música pop o como se llamara
aquello que se perdió, como nosotras, en el tiempo. Yo escribía en Río Arga.
Ganamos la batalla feroz de
nuestra independencia, y supimos también leer y estar en recitales y antologías
navarras madrileñas o vascas y asistir con poetas punteros. Aberztale tú, yo
navarrista, y qué poco importaba la ideología para hablar de amistad y de
versos medidos, como a mi me gustaban, o de poemas rotos como tú los leías con
tu flequillo en punta. Fuiste tú la que me acercaste a la celebración del día
la Mujer en su ocho de marzo, porque tú eras activa feminista y mujer trabajadora,
casi desde adolescente, y te gustaba arrimar el hombro a las causas perdidas,
aún ganadas. Siempre fui luchadora ¿Ganamos o perdimos?
Eras inasequible al desaliento, guerrillera
de las causas humanitarias, como cuando te dio por irte a Cuba a conocer a un
cubano con el que te comprometiste y te casaste solamente por sacarlo de Cuba,
con el acuerdo mutuo de descasarse al llegar a España. Entonces me decías-
lista que eras-el desencanto triste de la revolución comunista. Lo curioso de
ti era tu poca pose, en esta tierra nuestra donde van de divinos los de
siempre, o sea los que nunca, cuando la historia acabe, figurarán en una buena
antología literaria.
¿Qué decirte? Todos tus
compañeros de Aranzadi te querían y hasta tu jefe asistía a tus recitales,
porque tú le dedicaste un poemario a su hija muerta, o a otros muertos,
perdedores al fin de esta terrible cotidiana batalla. Yo también te quería. A mi
me sorprendías. Me gustaban tus libros porque parecían sencillos, pero eran
abiertos a otra dimensión, como los buenos libros de versos llenos de sentidos
ocultos e innombrables.
Hoy leo la noticia de tu muerte y
de los giros que quisiste en tu vida, entre las dos orillas, entre vida y
muerte, entre África y España, entre Pamplona e Iruña, entre niña del segundo
ensanche o locutora de radios en conflictos. Tampoco en esa orilla de la línea
parece que olvidaste tu oficio ni quién
eras. Y te imagino igual, dándole a la cabeza y a las risas, al lado del sentir
solidario y contagioso.
Y pienso en ti, en que te vas y
te recuerdo. Será el ocho de marzo y yo te escribo, por los días que estábamos,
como heroínas de no sé qué causa, unidas.
Ahora que están de moda las escritoras y han conseguido algunos biempensantes dividirnos por géneros. Te escribo, querida y recordada Julia Guerra, poeta, ciudadana, mujer trabajadora, escritora veraz, amiga mía: Adiós. Descansa en paz. Descansa
CON la luz en los ojos
y el viejo cuerpo escribirás tu historia.
No habrá en ella leyendas fantasmales,
sino brumas de otoño
que trazaron mil vientos, mil auroras.
y ¿dónde estaré yo?
y ¿dónde las palabras
que te escribí .en un libro aquella tarde?
¿Nos quedará aún aliento para seguir luchando,
para exigirle al hombre que cambie en sus raíces?
Acaso no acertemos...
y quizás las arrugas, sorpresa cotidiana,
destrocen la energía
que nuestros corazones han vivido...
y nos preguntaremos, huidizos al tiempo,
por qué,
aún,
todavía
no encontramos respuesta,
y nos morimos.
De Cárcel de la memoria
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