jueves, 2 de septiembre de 2021

LOS AÑOS DE PLOMO ( II ) Amenaza de secuestro

 

 


AMENAZA DE SECUESTRO:

 Quisiera ajustarme a la realidad más que a la memoria de los hechos, he consultado lo que dudo, aunque de lo que cuento pocas cosas dudosas hay, pues fue tan fuerte que difícilmente podré olvidarme. Dudo los días en que las chicas estuvieron en Pamplona, después de que el comando entrara en la casa de Rodezno. Estaban alojadas en San Roque 17, casa de una prima hermana, Romerito Lorente, que siempre es una segunda madre para ellas. Era una buena solución, no pensábamos que nadie sabría el paradero. Me dicen que la estancia no llegó a una semana. Manuel, el chofer de casa, iba a buscarlas allí para llevarlas a la Universidad y a la pequeña al colegio de las francesas, per a los pocos días de aquello llamó Manuel, advirtiendo que había sufrido una amenaza de que iba a ver un secuestro y que él no podía correr el riesgo de que las secuestraran o pusieran una bomba en el coche. Los coches bombas eran entonces moneda corriente entre los etarras.

Nuevamente se tomó una solución drástica, el mismo día se decidió que se iban a Madrid, sí o sí. Romerito Lorente y Antonio Jiménez, su marido, las cogieron con sus libros y sus maletas y pusieron rumbo a la carretera, mirando continuamente por el retrovisor por si algún coche los seguía. Mi marido, Antonio Marsá, y yo fuimos a su encuentro, pero no recuerdo si fue en Alcalá de Henares o en Guadalajara donde las recogimos, cambiaron de coche y nos fuimos los cuatro para Madrid. Madrid no era en 1978 una ciudad sin riesgos, pero era más anónima y al menos todos estaríamos juntos y olvidarían el pánico pasado. Creo que su llegada nos causó a todos cierta tranquilidad. Una de ellas no denotaba fácilmente el dolor de lo pasado, aunque lo llevaba consigo porque era más hermética - es mi opinión. Sí lo mostraba la pequeña, adolescente y confusa al tener que dejar colegio, amigos y casa, también es mi opinión. Nuestra relación fraternal entonces era muy buena, nunca habíamos hecho distingos entre hermanos y Antonio, mi marido, había ejercido siempre de hermano mayor, pues las había conocido con siete y cuatro años.

 Volvimos a planificar la estancia en la casa. Mis hermanas se quedaban en el cuarto de invitados y mi madre y Fernando hacía la vida con nosotros y se iban a dormir a Sor Ángela de la Cruz, la casa de mis suegros, Plutarco Marsá y Merche Valdovinos,; allí desayunaban. Se llevaban muy bien y Merche y mi madre se querían y parecían mucho, eran estupendas amas de casa y nada políticas. En cuanto a Plutarco, liberal, por el hecho de serlo era muy respetuoso con las opiniones ajenas. Carlos Sobrini, profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Navarra y de la de Madrid, facilitó a mi hermana universitaria el ir a la Facultad de Arquitectura de oyente. Carmen Valdovinos, profesora del Ramiro de Maeztu, tía de Antonio, miembro del OPUS DEI, amiga de Tomás Alvira, consiguió que mi hermana pequeña fuera admitida en un colegio de Fomento, pese a estar el curso empezado. En casa mis hijos eran aún pequeños, 10, 8, 7, 5 y tres años, no se percataban de nada, pero Betty era fantástica y yo procuraba que la infraestructura fuera sobre ruedas, Antonio nos protegía a todos. Mi madre organizaba con Betty la cocina, iba con nosotras de compras, mandaba a sus hijas y a mis hijos, curioseaba por Pontejos o merendábamos en California o en casa con las tres Valdovinos, Merche, Pepa y Carmen, o con  Mamen Blázquez, o Mari Paz Ariza, un círculo muy íntimo y privado porque poco a poco iba estando un poco menos triste. Siempre salíamos en coche desde el garaje, nunca por el portal y desde luego mirando alrededor, por si acaso. Madrid en aquel tiempo empezaba a ser peligrosa y había atentados. Fernando seguía la política en los periódicos, hablaba con Blas Piñar, renegaba del rey y intentaba continuar con sus negocios en Pamplona, algo cada vez más complicado, ya que el mercado inmobiliario había caído y cada vez que había una de las numerosas huelgas de la época apedreaban su oficina en la Plaza del Castillo. Quizá por prudencia nunca salía con nosotros. Creo que fue una época terrible para él que estaba inconsolable y cada vez más irritado.

Así, día tras día, yo no lo recuerdo como muy traumático, aunque lo fuera, aunque entiendo que para los demás quizá sí, pese a nuestros esfuerzos; aunque a mi hermana ver manifestaciones, entonces frecuentes en Madrid, de manifestantes  con pasamontañas la hiciera temblar como una hoja y entrara en pánico. Siempre estaba seria, pero no se expresaba. Íbamos en Madrid al cine los cuatro, o a tomar algo. o de boutiques. Salía con amigos de Cascante o que había conocido en la Universidad en Pamplona. Quizá debí llevarla a reuniones de la Comisión de Navarros, con quien yo tenía encuentros, ya que era el momento de la Constitución y la Transitoria 4ª, o de la Asociación Cultural Navarra, por la que volví a incorporarme al mundo cultural.  Creo que no lo propuse por exceso de celo, ya que, como dije en la entrada primera, a nadie dijimos que estaban en casa por mejor protegerlos. Aunque también es cierto que nunca me lo pidió, quizá le doliera. La pequeña lo pasó- pienso yo- mal, consolada por buenos amigos de la pandilla madrileña de Cascante. Son opiniones mías, memorias, quizá no objetivas

Pasó octubre, pasó noviembre. En diciembre, Fernando y mi madre fueron en un viaje meteórico a Cascante y Pamplona vinieron con morcillas, jamón, lomos, cardos, turrones y pastas. Fue la única Navidad que pasamos juntos todos en Madrid, también José Javier, mi hermano. Contaron que en el viaje algún filo-etarra que los vio llevaba lápiz y apuntó la matrícula del coche, Fernando era muy perseguido. Creo que cuando llegaron a Madrid se relajaron. En Madrid seguían los atentados y la policía controlaba los vecinos que vivían cerca de las casas militares, como las de Doménico Scarlatti, frente a nuestro jardín.

Debimos pasar las navidades de 1978 bien, pues no recuerdo nada negativo. Unas navidades con niños de la que guardo una foto preciosa con todos en la mesa.

Pero 1979 empezaría con un atentado, esta vez en la oficina de Pamplona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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