Domingo por la mañana y buen
tiempo. Sabíamos que salían los gigantes y allí que nos fuimos con Lali,
nuestra nieta de tres años, casi cuatro, su hermanita de un mes y su mamá en
busca del lío y el mogollón a la plaza del Ayuntamiento, pero ya no estaban y encontramos
en la cola las infinitas silletas
infantiles y el chun chun que seguía sonando por delante; nos fuimos acortando por detrás de la iglesia
de San Lorenzo por las calles para reencontrarlos. Era un día importante para
Pamplona, pues el Gobierno de Navarra había consagrado como Bien de Interés Cultural
Inmaterial el Cuerpo de la Ciudad de Pamplona. Sonaba raro eso de Cuerpo de la
ciudad, Ah, ¿pero es que la ciudad tiene cuerpo? Pues sí, lo tiene.
Voy a reconocer que me gusta lo litúrgico de
Pamplona y la prosopopeya y la elegancia con que la corporación desfila tan
plena de cosas dispares donde caben las chisteras, los preciosos chaqués, los negros
trajes femeninos - que esta vez no eran los de roncalesas sino unos bordados de
flores rojas bordeando el escote. La solemnidad de los atavíos prestaba
enjundia al desfile. El Cuerpo de la Ciudad de Pamplona es un todo donde cabe
lo popular de los kilikis con sus nombres, los zaldicos con sus caballitos de
cartón, los reyes gigantones y la serenidad del alcalde, Maya, que se despide y
no quiere volver a presentarse ( y lo siento) y sus concejales; y el concejal que aspira a serlo que sonreía
confraternizando quitándose el sombrero para saludar. Varias son las formas de intentar regir Pamplonas
y sólo una es la Corporación, hoy aparentemente amistosa. La Corporación de
Pamplona salía a la ciudad en un acto de celebración y visibilización pública
en cortejo. También desfilaba el Gobierno de
Navarra, que es el que el ha otorgado la gracia, y la presidenta Chivite con
abrigo blanco y traje de calle. Me hubiera gustado que siempre fuera así, que
esa procesión cívica y el ponerse de acuerdo en valorar lo que tiene Pamplona,
que tiene mucho de común entre dispares, prevaleciera sobre la bronca con que a
veces acaban los desfiles. Si hay algúnos pueblos que estiman lo propio, seguro que
entre ellos está Navarra. Una Navarra amante y conservadora de las tradiciones
y que valora entre ellas los bienes populares, aunque apueste por el futuro y la vanguardia. Ayer
causaba más impresión el desfile porque iban todos, todos, el reconocimiento fue a la
totalidad de una forma cívica: El Cuerpo de la Ciudad. La belleza de lo tradicional y bien hecho acompañaba
con brillantez a una ciudad de por sí armónica y cuidada.
A niña le fascinaron los gigantes, aunque al
principio estaba un poco medrosa, pues no vive en Pamplona y no sabe que los
gigantones y su comparsa de cartón son amigos de los niños. Le gustaron tanto
que bailaba y no quería volver a casa A nosotros nos gustó el Cuerpo. Todo el Cuerpo
que formaba la Corporación que asistía con etiqueta y sombreros de copa
formando parte de un cortejo, integrado por clarines y timbales, abanderado y
porta borlas, maceros con pelucones blancos y casacas de terciopelo negro y calzones rojos, la
guardia de gala con plumeros verdes, precedida por la Comparsa de Gigantes y
cabezudos, grupo municipal de danzas Duguna, banda municipal de txistularis y
banda municipal de música.
Fue bueno sentirse implicado en
el festejo, pues el Cuerpo de la Ciudad, según protocolo municipal, incluye a
la población que mira y acompaña al
cortejo, o sea , a la ciudanía de la que formamos parte la
chiquillería y los padres y abuelos que mirábamos. Somos Cuerpo. Nos ha declarado el Gobierno de Navarra Bien de Interés Inmaterial y Cultural en la muy ilustre y muy leal ciudad de
Pamplona., así que lo celebramos
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