Es costumbre arraigada echar mano a las cartas privadas de escritores y personajes públicos. Son especialmente impúdicas las cartas de amor, porque quien las escribe es vulnerable; el amor hace a quien lo siente vulnerable, está convencido de la lealtad de quien las recibe.
Quizá que  el destinatario las publique es una traición a quien  las envió. 
Quizá darlas a la luz busca el
ensalzamiento del receptor, aunque ridiculice a quien las emitió porque en modo alguno podía imaginar que iban a ser publicadas.
Como norma general en conflicto entre tres, caso reciente, la persona, o la familia, abandonada, debería respetar la voluntad de quien los dejó por otra o por otro y no arremeter contra la nueva pareja. Al fin, el cese fue voluntario.
¿Puedo disculparse ante el ataque público que se publique lo que pertenecía a lo privado a modo de defensa?. Las autobiografías suelen auto justificar a quien las escribe, para ello las escribe.
Moral o inmoral, sería otro cuestión, otro debate.
Existe la responsabilidad personal, Si el que se va la tiene o no en cuenta es su albedrío, su culpa o su disculpa. Libertad y responsabilidad lo mismo de quien le recibe.
Resulta penoso la protesta pública del abandonado o abandonada. Por muy doloroso que sea, parece poco racional achacar la culpa a otra o a otro y no al protagonista del abandono.
Todavía más penoso en el caso de que la nueva pareja triunfadora arremete contra la antigua. Parece que, en este caso, se ha optado por no arremeter y reivindicarse a una misma
Una autobiografía que no leeré, mejor no hurgar en sentimientos ajenos, ni dar lugar a que se comercialicen.
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