Así,
en singular: “La vacuna”. Si así se nombraba, era la vacuna de la viruela. Fue
el avance científico del XVIII que hizo progresar la medicina en el mundo. En
un siglo donde los ilustrados ponían toda su capacidad en hacer avanzar la
técnica, hacer productivo el trabajo y mejorar el mundo, las palabras de
culto fueron Progreso, Educación y Filantropía. Progreso y Filantropía fueron el avance
científico de la vacuna de la viruela. El resto de las vacunas que han ido
llegando desde el siglo XVIII siguen haciéndonos más felices y saludables, menos
expuestos a las pandemias como la que ahora nos asuela, pero seguramente menos
filantrópicos.
No
era un tema de mis prioridades de investigación las vacunas, ya que yo soy lega
en la materia, pero en uno de mis veranos de Cascante, mi amiga Pili Lapuerta me contó que había entrado
en su farmacia a saludarla un médico que estaba en el Archivo Municipal consultando
la figura de un ilustre médico cascantino: Manuel Gil y Alvéniz. D Manuel Gil y Alvéniz
había sido uno de los primeros partidarios de la vacunación variólica y la
había aplicado masivamente a la población cascantina, me dijo. Encontré al investigador en el archivo, se
llamaba Juan March, era de Palma de Mallorca. Su investigación formaba parte de
un proyecto de publicaciones de la Facultad de Medicina de Pamplona. No le pude
aportar nada específico, pero le prometí mi ayuda y empezamos carteamos. Localicé el domicilio de Gil y Albéniz en la
calle hoy Mayor Baja, casado con Dolores Montorio. No debió el matrimonio tener
hijos, ya que tenían con ellos una sobrina, Cristina Montorio. Los Montorio
pertenecía a la familia más declaradamente liberal de Cascante, no así pienso,
D Manuel Gil y Albéniz, a fuer de los poemas en los arcos votivos con versos que
se le dedicaron al rey Fernando VII como homenaje en Cascante con motivo de su
venida apoteósica a España en 1814, versos en cuyos textos el médico había tenido gran protagonismo
junto con otro ilustre vate de saga médica, D Manuel Ximénez de Leorín y Amar, nieto y biznieto de famosos médicos, Amar y Borbón saga de ilustrados y
sobrino de la ilustrada aragonesa. D Manuel Gil y Alvéniz también era
ilustrado. Fue Académico correspondiente de la Real Academia Médica de
Barcelona y corresponsal de la Sociedad Médico Quirúrgica de la ciudad de Cádiz
en Cascante. Esperando que el profesor
March pudiera publicar sus interesantes aportaciones, hasta hoy inéditas,
intenté recoger información. Gil y Alvéniz tenía literatura médica, documentó sus
estudios sobre la fiebre amarilla o sobre la vacunación de la viruela, las
costras o las falsas viruelas que figuran en la Historia de la Medicina, ya que
mandó sus aportaciones a al Real Academia de Medicina de Cádiz y en 1820 y 1822
a la Academia de Cirugía de Barcelona. Como racionalista, se mostraba
firmemente partidario de la razón frente a la superstición y a la labor
filantrópica de los avances médicos “"¡Qué desconsuelo para un idólatra
de las ciencias tener que dar cuenta del atraso de ella! ¡y qué dolor para un
gran genio filantrópico no encontrar amadores de la filantropía!”. Daba
cuenta de lo observado y de las consideraciones sobre los tratamientos y síntomas.
Se preciaba de haber vacunado a todos los niños de Cascante -lo hizo en abril
de 1802- y de ser responsable de la vacunación de los pueblos de alrededor como
Tudela, Murchante, Tarazona, Fitero, Borja y otros.
Este
carácter emblemático de la vacunación y de la filantropía que inició Edward Jenner (1749-1823) y que en España canalizó el
secretario de la Real Academia de Medicina Matritense Ignacio María Ruiz de
Luzuriaga (1763-1822) tuvo
parece entre sus seguidores a nuestro médico cascantino. La vacunación de la
viruela que se emprendió en el mundo y también llevada por España a América y
Asia fue un hito por tratarse, como es bien conocido, de la primera enfermedad
infecciosa erradicada formalmente en el Planeta por la Organización Mundial de
la Salud «Viruela: “el triunfo sobre el más terrible de los ministros de la
muerte».
Me he acordado de D Manuel
Gil y Alvéniz en la pandemia que ha vuelto a poner en primer plano de la
actualidad las vacunas. La ciencia y el humano talento es grandioso y
sorprendente. En un año las vacunas para el COVID nos han devuelto la esperanza
en un Planeta que llegó a paralizarse hasta extremos nunca conocidos.
El nombre del improvisado
hospital de Madrid, Isabel Zendal, nos ha empujado a buscar la historia de su
nombre y he querido acercar el de los niños que, vacunas vivas, viajaron en el
María Pita a los territorios de Nova Hispania. Isabel Zendal fue la cuidadora
de aquellos veintiún niño de la expedición y la que les haría más llevadero el
largo viaje. El origen de la expedición tuvo una causa benéfica, científica y filantrópica y su
protagonista fue España.
Deseando
Carlos IV de España erradicar la mortandad altísima de los territorios y
provincias del imperio a causa de la viruela, y dada la dificultar de trasladar
en condiciones óptimas la vacuna por otros medios, a propuesta del médico Francisco Javier Balmis (1753-1819) el rey sufragó una
expedición de carácter sanitario que desde 1803 a 1806 recorrió Canarias,
Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, Filipinas y China, con un
cargamento de niños vacuníferos, vacunas
vivas, hacia los últimos rincones del del imperio español. Los niños eran
pequeñitos hospicianos de padres desconocidos, o huérfanos abandonados a la
caridad pública. Veintidos involuntarios héroes reclutados sin defensa. No debería yo de
juzgar comportamientos del S. XIX con mi mirada de mujer del S. XXI ya que sé
que, como leemos en Carlos Dickens, los niños eran en Europa en el siglo XIX- (
y en muchas partes del mundo siguen
siendo en el XXI) nada, menos que nada si son desheredados, expósitos, de
barrios bajos o productos de abusos, violaciones y abandonos. Aquella gesta heroica
de Balmis, pese a su buena voluntad del médico con respecto al trato que se debería
con los niños, las promesas hechas y su
intento de protegerlos, puso también en el tablero de nuestra historia la sombra
de una injusticia en nombre de la filantropía y el descuido de los derechos humanos de los
niños. Hoy no serviría, sería imposible. Cuando se lee la importante gesta nos
queda un deje de tristeza.
Si
se ha recuperado en nombre casi desconocido de aquella mujer enfermera, Isabel
Zendal, que trabajaba en el Hospital de la Caridad de La Coruña ¿por qué no
recuperar el de aquellos pequeños once galleguitos de ese hospital
coruñense, los cinco de Santiago de Compostela y los seis madrileñitos de la Casa de los Desamparados de Madrid, héroes involuntarios, que de pinchazo en pinchazo en
sus bracitos trasportaron la costra de las vacunas para evitar la muerte de otros
niños ?
Se considera la primera expedición internacional sanitaria de la historia.
Ninguno de ellos regresó a España y parece fue poca la compasión de las autoridades en el nuevo mundo con que fueron tratados, mandándoles
nuevamente a unos hospicios aún peores que los que había conocido. Doy sus nombres:
1 Vicente
Ferrer, siete años.
2 Pascual
Aparicio, 3 años, Hospital la Caridad de la Coruña
3 Martín,
3 años La Caridad de
La Coruña
4 Juan
Francisco, 9 años Hospital Real, Santiago
de Compostela
5 Tomás
Melitón, 3 años, La caridad de la Coruña (murió en el viaje)
6 Juan
Antonio, 5 años Hospital Real, Santiago
de Compostela
7 José
Jorge Nicolás de los Dolores,3 años, La Caridad de la Coruña
8 Antonio
Veredia, 7 años
9 Francisco
Antonio, 9 años, La Caridad de la coruña
10 Clemente,
6 años, La Caridad de la Coruña
11 Manuel
María, 3 años, La Caridad de la Coruña
12 Manuel
María, 3 años, La Caridad de La Coruña
13 José
Manuel María, 3 años
14 Domingo
Naya, 6 años
15 José,
3 años
16 Vicente
María Salle y Bellido,3 años, La Caridad de la Coruña
17 Cándido,
7 años, La Caridad de La Coruña
18 Francisco
Florencio, 5 años, Hospital Real, Santiago de Compostela
19 Gerónimo
María, 7 años, Santiago de Compostela
20 Jacinto,
6 años, Hospital Real, Santiago de Compostela
21 Benito
Bélez, 8 años, hijo adoptivo de la rectora
22 Ignacio
José, 3 años, La Caridad de la Coruña.
Y
si yo fuera ministra de cualquier cosa, de Derechos Sociales, de Investigación
y Ciencia, de Universidades, de Sanidad; si yo fuera directora de uno de esos
prestigiosos laboratorios españoles buscaría hacer pervivir sus nombres y el
recuerdo con un monumento, una placa, un homenaje en honor de aquellos niños desheredados
filantrópicamente utilizados en nombre de la Ciencia y el Progreso humano,
ahora que se está redactando la ley de protección a la infancia.
Si
yo fuera Isabel Díaz Ayuso, si yo fuera Alberto Núnez Feijoo, si Yo fuera
Carmen Calvo, si yo fuera Pedro Sánchez… lo haría.
Pero
soy quien soy y quiero, al menos, recordar sus nombres con mi palabra escrita.